Son tan poquitas al final las cosas
de las que me gusta escribir,
el número no cierra ni para contar cinco:
la familia, los pájaros, las plantas,
algunos bichos más, y casi que ahí se queda
la preferencia en una lista corta
—como la vida, dirán los que más saben—.
Como un ejercicio conceptual, reflejo de su propio contenido, la obra poética de Sonia Scarabelli ha circulado hasta el momento en ediciones pequeñas. Sin embargo, ellas han permitido que esta poética de lo mínimo o, más bien, lo menor –que a su vez echa profundas raíces en la lírica– haga un recorrido de mano en mano y haya contribuido a instalarla entre las lecturas de referencia en nuestro país.
Leer una obra poética reunida siempre otorga una nueva perspectiva sobre lo poco o mucho que se sabe de antemano de esa poesía. Así, se haya leído o no a Scarabelli antes de La felicidad de los animales, se encontrará en este periodo de veinte años y siete libros –dos inéditos–, no una recta que une dos puntos sino el dibujo de un camino, como un esbozo a lápiz blando, que se esfuma con desvíos en el blanco de la hoja y con trazos firmes en la línea de aquello que se observa.
Señala Yaki Setton en el ensayo que acompaña esta edición: “Sonia Scarabelli nos va guiando en La felicidad de los animales por un sendero propio y continuo. Una epifanía donde la felicidad no es solo la alegría delicada y simple de lo único amoroso sino también de la finitud y de lo efímero por venir”.