La teología es un terreno demoníaco. Lo que Thomas Mann señaló sobre la música en su gran discurso en Washington de 1945 sobre “Alemania y los alemanes” no deja de aplicarse para hablar de cuestiones divinas y de cosas de este y otro mundo. También su observación en el mismo discurso de que la música es “el arte más remoto de la realidad y al mismo tiempo el más apasionado” se puede trasladar sin cambios relevantes a la naturaleza de muchas enseñanzas teológicas. Los discursos suelen tratar sobre los factores más distantes y evasivos como Dios, omnipotencia, salvación y condena con una vehemencia que solo los motivos más íntimos de la pasión pueden avivar.
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