“La ruta es el tiempo”: el narrador descubre esta ecuación que ilustra el talante de su diario de viaje. El Hombre Tela es el que hilvana la infancia traumada con las reminiscencias de Berlín o Amritsar y con sus sueños, que tienen el mismo valor que las pesadillas de la terapia intensiva. Pero el tiempo es reversible y lo sentimos cuando la prosa se vuelve poesía y la poesía, prosa. Sí. Todo sucede con levedad aunque recorra momentos tremendos de soledad y desconcierto. La delicadeza que adquieren todos los hechos de ese pequeño mundo: las luces, los destellos, las palabras, los miedos. Las calmas citas a las cumbres del pensamiento –Lacan, Wittgenstein, Nietzsche, los biólogos moleculares– lo ayudan a organizar su vida. Pero El Hombre Tela es también una narración de suspenso que nos lleva, a partir de sensaciones, a esos lugares donde no querríamos estar pero adonde fatalmente iremos. Porque el autor deberá afrontar situaciones muchas veces extremas, y la presencia de la muerte será una compañía constante e incluso dulce por momentos, sin caer jamás en el drama ni en la autocompasión. El Hombre Tela es un libro híbrido producto del desconcierto, el amor y el miedo. Un testimonio estremecedor de implacable lucidez.
Roberto Jacoby