A Agostina la conocí en la adolescencia y en esas clases que compartimos juntas durante varios años me dejó ver sus palabras arrancadas y el caudal de sus paisajes interiores. Su poética nace de la entrega, no viene de la especulación racional. En sus obras, reunidas en este volumen, pude ver todo aquello que también se había desplegado en las clases: una atmósfera femenina y misteriosa en donde se cuela una búsqueda sobre el entramado de los vínculos, de lo silencioso de esos vínculos, de lo indecible y lo invisible. La blandura, la extrañeza y lo salvaje son cualidades que atraviesan su trabajo.
Nora Moseinco
Agostina Luz López escribe como si pintara un paisaje, escudriñando telepáticamente a sus criaturas, para revelarnos de ellas un misterio casi divino. Persiste hasta encontrar lo que se esconde en los pliegues de los seres y lo que no tiene nombre: ¿cuáles son los mundos posibles para habitar? ¿Acaso aquellos hechos de movimientos, de frases que intercambian apasionadamente los que se quieren de un modo salvaje y brutal? Como un espejo nos muestra cómo su dramaturgia explora con un microscopio esa textura de la que están hechas todas las cosas que entran en contacto y colisionan.
María Alché