No sé si tenga espejos en su casa y, en caso afirmativo, si habrán de ser de grandes dimensiones o ínfimas; sospecho lo segundo. Lo que sí sé es que Legna Rodríguez no tiene un solo peplo de ateniense: nació en Cuba y ahora vive en Miami. Y no es anciana, es una niña vieja que tiene el mismo nombre que su abuelo -Ángel- pero al revés, como si la herencia fuera un palíndromo que se interrumpe a mitad de camino.
En Legna, que es prolífica -alegre y juguetona, siempre astuta-, no hay arduas calistenias militares ni un bunker en el sótano para entrenar la lengua, sólo la disciplina sin medida ni horarios, a plena luz del día y al aire de la noche, del placer y la fe; y nada de pudor, más bien gracia, coraje y alegría. Chupar la piedra es todo lo contrario a un correctivo: es una invitación a llevarse a la boca, con la curiosidad de los bebés, las cosas de este mundo -las palabras, las piedas- para experimentarlas y gozarlas.
Ezequiel Zaidenwerg
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